Kilómetro 23 y Conspiración son dos historias que se encuentran en proceso de producción. Es por ello que he dejado de postear con regularidad por aquí; espero que pronto puedan publicarse y llegar hasta sus manos para su lectura. Aquí les dejo un adelanto de lo que serán para el 2010.
KILÓMETRO 23
Un grupo de estudiantes decide viajar a la ciudad de Nauta a realizar un trabajo de campo para una asignatura de la Universidad. En el trayecto el auto se descompone a la altura del kilómetro 23. Con la carretera desolada y sin nadie que pueda ayudarlos, los chicos deciden buscar ayuda en un pueblo cercano a la carretera. Ya en el lugar los jóvenes descubrirán un oscuro secreto y tendrán que luchar por salir con vida.
CONSPIRACIÓN
Una noche de noviembre, mientras la gente se preparaba para recibir la navidad, en un laboratorio clandestino ubicado en un lugar remoto de la selva amazónica se desarrollaba un extraño virus. Las autoridades políticas en la ciudad habían manifestado su estado más putrefacto y despiadado, utilizando estrategias oscuras para cubrir sus nefastas acciones, todo ello confabulado con los medios de comunicación. Aquel día llovía en la selva, el ruido de las gotas cayendo sobre las hojas de los árboles y sobre los charcos era lo único que se distinguía en aquel inmenso paraje.
Yo me encontraba en el laboratorio aquella noche. Rudolf Hirsch, un alemán de marcado acento y fanático del nazismo era el científico asignado a aquel lugar. Mi labor consistía en proveer de todo lo que fuera necesario para desarrollar el virus, una plaga que debía ser esparcida en Estados Unidos. La crisis económica global había generado el quiebre masivo de las principales industrias mundiales, aunque la economía mundial mostraba síntomas – algo lentos – de recuperación, aun era prematuro sacar cuentas. La creación de virus ha sido un negocio redondo desde décadas pasadas. El cáncer, el sida, el ébola; todas ellas creadas en laboratorios con la intención de sumar más millones a las cuentas de las grandes empresas farmacológicas.
El alcalde de la ciudad, el gobernador y el presidente regional, en conjunto con algunos ministros corruptos del país y la venia del presidente, habían aceptado que el propio gobierno yanqui utilice la selva amazónica para crear un virus que mate las células humanas en forma lenta y progresiva, cuya única cura estaba siendo producida por una UNITED PHARMS, la corporación más grande a nivel mundial de producción de fármacos. El negocio era millonario, no había forma de perder. Todos iban a recibir su tajada. La lluvia era mucho más torrencial. Hirsch colocaba diferentes mezclas químicas en un tubo de ensayo y la calentaba a elevada temperatura. El laboratorio era pequeño; un ambiente para los experimentos, una sala de diversión y un comedor. Todo transcurría de forma normal, hasta que cierto día todo cambio.
Hirsch recibió la visita del secretario de estado del país del norte. Lo que hablaron aquella noche marcaría el desencadenamiento de una serie de sucesos catastróficos en la ciudad. Collin, el secretario de estado, traía un recado del presidente. La reunión fue secreta y nadie lo supo, ni siquiera el corrupto presidente que nos gobernaba aquella época (el cual era sumamente meticuloso con el proyecto). Desde ese momento Hirsch cambio de actitud, era poco usual verlo sonreír, a veces no comía y otras no dormía. Yo debía estar en constante comunicación con él para saber las carencias del laboratorio. Un día, mientras observaba el río, se me acercó y me dijo al oído: sie müssen von hier gehen; no entendí porque me hablo en alemán si dominaba algo de español, solo al final de todo descubrí que la selva donde habitábamos estaba repleta de cámaras y micros que monitoreaban nuestros pasos.
KILÓMETRO 23
Un grupo de estudiantes decide viajar a la ciudad de Nauta a realizar un trabajo de campo para una asignatura de la Universidad. En el trayecto el auto se descompone a la altura del kilómetro 23. Con la carretera desolada y sin nadie que pueda ayudarlos, los chicos deciden buscar ayuda en un pueblo cercano a la carretera. Ya en el lugar los jóvenes descubrirán un oscuro secreto y tendrán que luchar por salir con vida.
CONSPIRACIÓN
Una noche de noviembre, mientras la gente se preparaba para recibir la navidad, en un laboratorio clandestino ubicado en un lugar remoto de la selva amazónica se desarrollaba un extraño virus. Las autoridades políticas en la ciudad habían manifestado su estado más putrefacto y despiadado, utilizando estrategias oscuras para cubrir sus nefastas acciones, todo ello confabulado con los medios de comunicación. Aquel día llovía en la selva, el ruido de las gotas cayendo sobre las hojas de los árboles y sobre los charcos era lo único que se distinguía en aquel inmenso paraje.
Yo me encontraba en el laboratorio aquella noche. Rudolf Hirsch, un alemán de marcado acento y fanático del nazismo era el científico asignado a aquel lugar. Mi labor consistía en proveer de todo lo que fuera necesario para desarrollar el virus, una plaga que debía ser esparcida en Estados Unidos. La crisis económica global había generado el quiebre masivo de las principales industrias mundiales, aunque la economía mundial mostraba síntomas – algo lentos – de recuperación, aun era prematuro sacar cuentas. La creación de virus ha sido un negocio redondo desde décadas pasadas. El cáncer, el sida, el ébola; todas ellas creadas en laboratorios con la intención de sumar más millones a las cuentas de las grandes empresas farmacológicas.
El alcalde de la ciudad, el gobernador y el presidente regional, en conjunto con algunos ministros corruptos del país y la venia del presidente, habían aceptado que el propio gobierno yanqui utilice la selva amazónica para crear un virus que mate las células humanas en forma lenta y progresiva, cuya única cura estaba siendo producida por una UNITED PHARMS, la corporación más grande a nivel mundial de producción de fármacos. El negocio era millonario, no había forma de perder. Todos iban a recibir su tajada. La lluvia era mucho más torrencial. Hirsch colocaba diferentes mezclas químicas en un tubo de ensayo y la calentaba a elevada temperatura. El laboratorio era pequeño; un ambiente para los experimentos, una sala de diversión y un comedor. Todo transcurría de forma normal, hasta que cierto día todo cambio.
Hirsch recibió la visita del secretario de estado del país del norte. Lo que hablaron aquella noche marcaría el desencadenamiento de una serie de sucesos catastróficos en la ciudad. Collin, el secretario de estado, traía un recado del presidente. La reunión fue secreta y nadie lo supo, ni siquiera el corrupto presidente que nos gobernaba aquella época (el cual era sumamente meticuloso con el proyecto). Desde ese momento Hirsch cambio de actitud, era poco usual verlo sonreír, a veces no comía y otras no dormía. Yo debía estar en constante comunicación con él para saber las carencias del laboratorio. Un día, mientras observaba el río, se me acercó y me dijo al oído: sie müssen von hier gehen; no entendí porque me hablo en alemán si dominaba algo de español, solo al final de todo descubrí que la selva donde habitábamos estaba repleta de cámaras y micros que monitoreaban nuestros pasos.
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