martes, 16 de febrero de 2010

SAN VALENTÍN Y YO

Es un sábado como cualquiera en la ciudad. Faltan pocas horas para que se celebre el día del amor y la amistad (San Valentín, como algunos le llaman). El aire transportaba millones de feromonas de un lado a otro. Locales como el Pardo, el Complejo del CNI y el NOA ya estaban listos para recibir a las miles de parejas.

La ciudad, amarillenta por las luces del alumbrado público, ofrecía una aventura sin fin (al menos hasta las primeras horas del amanecer, el Plan Zanahoria no existía). Mi sofá me invitaba a disfrutar de una película en cualquiera de los canales de cable (cualquiera que no sea aburrido). Mi enamorada tenia que trabajar aquella noche promocionando una marca de cerveza nueva.

Me despertó con una llamada a las ocho con treinta minutos de la noche. “Amor, voy a tener que trabajar, me dijeron que tengo que estar a las diez en tal lugar, yo quería verte, espero que hasta la una ya este libre…”. Particularmente nunca he sido un devoto de las celebraciones, creo que al final terminan siendo lo mismo de todos los años. Es como una réplica que varia según el tiempo y el espacio.

Tratando de recordar, grafique el San Valentín del 2005 en Lima, en aquella oportunidad las calles de la capital parecían un mar humano, una alfombra de carne y huesos color rojo intenso. Las luces de la ciudad dejaban notar rostros de alegría y satisfacción en hombres y mujeres; el tiempo transcurría en cámara lenta, como una película de suspenso. Eran las once de la noche en la ciudad más grande del Perú.

Algunos mensajes de texto llegaron a partir de las diez de la noche: “que la pases bien en compañía de tu media naranja...”; “gracias por ser mi amigo…, pásala xevere”. Cosas por el estilo, lo de siempre. Pienso que el celular es uno de los inventos que ha acercado más a la gente, pero al mismo tiempo, ha contribuido en crear barreras físicas entre sus usuarios. Ahora es costumbre saludar a alguien por teléfono antes que buscarlo y abrazarlo.

Estaba dispuesto a dormir temprano. Era la una de la madrugada y después de haber desestimado algunas invitaciones de juerga, mi cama era lo más cercana a una fiesta sin fin. En la vida uno va quemando etapas, va dejando recuerdos. La primera vez que me enamoré tenía dieciséis años, estaba en el último año de secundaria y la vida me parecía un juego de azar.

Sólo me he enamorado dos veces (¿para que más?). Algo que he aprendido es que la compañía es buena, pero es mejor si la personas son honestas y sinceras. A veces es mejor estar solo que mal acompañado. El estar solo te permite pensar y reflexionar sobre tu vida, tus planes, tus proyectos. Es un tiempo para crecer espiritual y emocionalmente. El mejor amigo que tengo en mi vida es Jesús, gracias a él mi vida goza de un amor permanente y sincero.

Mientras observaba el cielo oscuro plagado de estrellas echado en la hamaca de mi patio, pensaba en mi amigos, en como el tiempo nos ha distanciado, en como hemos aprovechado nuestras vidas hasta ahora; pensé también en los que ya no están, tratando de encontrar razones de sus prematura partida. Doy gracias a Dios de tener a la gente que quiero y aprecio aun a mi lado. Muchas gracias Dios.

Mi celular sonó a las dos de la madrugada: “estoy saliendo para tu casa”, fue lo único que entendí entre voces y música. Tenia algo en mente, ir a relajarme un par de horas en algún local de fiesta. La chica de mis sueños llegó y salimos raudamente en el batimóvil. La noche nos enmarañaba en sus redes suaves y templadas. La llamada de un amigo acrecienta más mis deseos de pasarla bien.

Elijo ir al Pardo, el epicentro de la juerga el fin de semana. En el exterior hay más motocarros que personas (esos extraños vehículos de tres ruedas y un asiento para tres o más personas). La música retumba en mis oídos, ¿la entrada?, cinco soles. El animador anunciaba que la fiesta iba a ser hasta la mañana. Al entrar uno se encuentra con una infraestructura abobada en la parte superior; la pista de baile puede albergar tres mil o más personas.

Hay mesas por doquier, cuatro cantinas, cigarreras y vendedores de chicles. El parque de estacionamiento equivale a tres canchas de fulbito. Un gordito con barba me entrega un papelito con la placa de mi auto. Observo por unos minutos el local, la gente y la orquesta. Mi girlfriend me hace reír constantemente con sus ocurrencias y me contagia con su hermosa sonrisa. Un amigo me llama desde la puerta y me dice que le quieren cobrar entrada.

Cientos de personas bailan al ritmo de los últimos hits cumbianderos, made in Perú. La orquesta hace gala de sus años de experiencia. El escenario se erige imponente frente a las decenas de hombres curiosos que buscan el mejor ángulo para registrar a las bailarinas en sus celulares. Un grupo de chicas se contornean como una pata de mesa en un taller de ebanistería mientras una caja de cerveza observa todo desde el suelo.

Me pregunto si el día del amor, necesariamente, se celebra con cigarros y con cerveza. Vale, es solo un día. El domingo nos atrapo en medio del calor, la maizena, y las luces. La gente sonreía de oreja a oreja. Las toadas de hace mil años eran el deleite de las treintañeras y de las adolescentes por igual. Un cartel publicitario anuncia la llegada de Jerry Rivera para el veintiocho de este mes (20 soles la entrada popular).

La música se consume con el pasar de las horas y los cientos de cajas de cerveza forman una montaña roja. Algunos empiezan a irse, quizás a seguir la juerga en otro lado. Hoy domingo la celebración será por partida doble; San Valentín y Carnaval coinciden el mismo día. Le digo a batigirl para ir al NOA. “Ya pues…”, responde sin chistar. A la salida me piden dinero por el parqueo (ni siquiera adentro el batimóvil está seguro, pienso).

En las calles veo cientos de palmeras esperando a ser derribadas horas más tarde, algunas cuadras están cerradas al tránsito. Aquí no hay licencias ni permisos municipales que valgan; es la fiesta del pueblo. En el camino se me une la Liga de la Acción. Espero que gane Charles para que elimine el Plan Zanahoria, es un atentado contra la diversión, dice Superman. La fiesta va terminando y los primeros rayos del sol dicen que es hora de regresar a la realidad.

El día del amor se ve más claro que nunca. El sol me abraza con un calor desbordante que transpiro por mi piel. Un tambor empieza a dar los primeros golpes para el corte de “humbisha”. Hasta los héroes necesitan recargar energías para seguir combatiendo contra el crimen dice la Liga de la Acción. Veo alejarse a Batman, Superman, Acuaman, la Mujer maravilla y a Elastic girl por la Raymondi. San Valentín fue diferente este año, me dice Batigirl. Si que fue diferente, le respondo.

1 comentario:

MUSMUKEANDO - FRANZ MAX dijo...

Interesante cronica y jueliz dia de la amistad amigo, sorry por no escribirte yo tampoco creo tanto en los dias inventados!!

exitos